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(Foto cortesía de Fortunata ) |
Tintes
Y castiga sin postre al gigante que hace pucheros
desconsolado. Después visita la celda de la bella durmiente y le inyecta una
dosis más de somnífero, mientras resiste la tentación de besarla. Sigue la
ronda con la madrastra, aprieta diligente las correas de su cama y la deja
balbuceando incoherencias frente al espejo del techo. Bosteza con desdén y se
dirige a sus aposentos con la ayuda de un candil, mientras deja atrás los
lamentos de la mazmorra. Con la satisfacción de haber hecho sus tareas diarias,
se queda dormido releyendo la Biblia, preguntándose otra noche por qué no habla
de príncipes azules como él.
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