Sufrimiento coronario
Cuando yo llegaba del instituto, ella ya estaba allí. Mi hermano y su novia, abrazados y besándose en el sofá. Saludaba, rastreando la mirada por el suelo, sin querer verla. Aún así, sentía la punzada en el pecho, el golpe brutal en mis venas. Iba a la cocina, sacaba el cuchillo del cajón y lo hundía entre mis costillas. Las separaba con las dos manos, sacaba el corazón palpitante y lo guardaba en el frigorífico. Y allí se quedaba, en reposo, esperando a que ella se marchara.
Cuando yo llegaba del instituto, ella ya estaba allí. Mi hermano y su novia, abrazados y besándose en el sofá. Saludaba, rastreando la mirada por el suelo, sin querer verla. Aún así, sentía la punzada en el pecho, el golpe brutal en mis venas. Iba a la cocina, sacaba el cuchillo del cajón y lo hundía entre mis costillas. Las separaba con las dos manos, sacaba el corazón palpitante y lo guardaba en el frigorífico. Y allí se quedaba, en reposo, esperando a que ella se marchara.
A ese corazón no le van a salir arrugas con el frío del congelador.... Genial!
ResponderEliminarPero qué malo son los celos, jodé...
ResponderEliminarBestial, Lola. Como tú.
Besos payasos.
Joooo que frío. Los celos son un corrosivo muy potente.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Lola y su corazón encima de la mesa. Así me gusta!!!
ResponderEliminarAbrazos enormes
Uf! espero que frigo fuera doble AA...
ResponderEliminarUn abrazo!
La adolescencia es una enfermedad en sí misma.
ResponderEliminarGran micro, Lola.
Un beso.
Totalmente de acuerdo con todos y cada uno de vosotros. Pero ¡ay, qué sería la vida sin amor! Aunque habría que pensar en aquello de compartir es vivir.
ResponderEliminarAbrazos a puñados.