(Foto cortesía Depropio) |
Las 5 y 42
Se despertó sobresaltado creyendo que se había quedado dormido, miró el reloj y le reconfortó ver la hora, aún eran las 5 y 42. Sonrío, se acurrucó entre las sábanas, dio media vuelta y se quedó dormido de nuevo.
Se despertó sobresaltado creyendo que se había quedado dormido, miró el reloj y le reconfortó ver la hora, aún eran las 5 y 42. Sonrío, se acurrucó entre las sábanas, dio media vuelta y se quedó dormido de nuevo.
Empezó a soñar, todo estaba en blanco y negro, caminaba por
una calle casi vacía, como de domingo. Se cruzó con un señor con gabardina y
sombrero tipo Humphrey Bogart que miraba su reloj de pulsera con unas
manecillas de color rojo y que marcaban las 5 y 42. Cruzó en la siguiente esquina
para darse de bruces con un reloj de hierro que, con sus manecillas de color verde, daba
exactamente las 5 y 42.
Continuó caminando por la
siguiente calle a la derecha y apareció una casa de madera en cuya fachada se
veía un reloj de cuco que marcaba, con las manecillas de color amarillo, las 5 y 42.
Entró
al jardín de la casa, subió las escaleras del porche y se vio dentro subiendo
otras escaleras larguísimas que parecían no tener fin, pero que desembocaron en
una cama presidida por un enorme reloj de bronce que marcaba las 5 y 42 con sus
manecillas moradas. Se tumbó
y se quedó dormido.
Se despertó sobresaltado
creyendo que se había quedado dormido, miró el reloj y vio que todo estaba en blanco y negro, mientras las
manecillas de su reloj marcaban las 5 y 42 en color azul.
Ana Canturiense - Una ventana por la que escapar
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